Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. Gálatas 5:1
Había trabajado dieciocho horas diarias en un lugar oscuro, malsano, lúgubre. Sus manos habían tejido y entretejido hilos de colores. Y el diseño de la alfombra que tejía había salido hermosa, atractiva, perfecta. Alcanzaría en el mercado internacional un precio fabuloso.
Fue así como Rama Shankar, niño de ocho años, y otros cinco de sus compañeros pudieron al fin dejar la hilandería. Es uno de los miles de niños que en la India y Pakistán trabajan como esclavos para pagar las deudas de su familia.
Muchos creen que estamos viviendo en la edad de las luces, de la libertad, del progreso moral y científico. Muchos creen que la humanidad ha superado aquellas épocas del mercado de esclavos, del látigo del negrero y de la servidumbre infantil. Lamentablemente no es así.
Pudiéramos decir que ese problema de niños convertidos en esclavos no nos atañe a nosotros; que es algo del oriente; que nosotros, los del mundo occidental, estamos libres del problema. Pero no es así.
Hay otro tipo de esclavitud en nuestro mundo occidental, y es el aumento en los últimos años del uso de dispositivos electrónicos. Estudios recientes aseguran que los niños y jóvenes están expuestos un promedio de 4 veces más de la recomendada a Internet, con consecuencias que amenazan su salud. En algunos casos la media de exposición a las nuevas tecnologías es de 45 horas por semana. Tenemos entonces niños, jóvenes y adultos adictos, esclavos dependientes de la actual tecnología.
Posiblemente nuestra opinión cambia radicalmente cuando no solo se habla de la explotación infantil en varios países, sino que también de lo que nosotros permitimos a nuestros hijos o a nosotros mismos, quizás condenaríamos enérgicamente a los países que promueven la esclavitud infantil, pero hay muchas clases de esclavitud a la cual nosotros mismos estamos cayendo, por ejemplo: oniomanía, ambición, murmuración, mentira, comodidad, engaño, lascivia, glotonería, pereza, impuntualidad, liviandad, tibieza, desamor, etc.
Tenemos que abrir los ojos y ver la condición del mundo que nos rodea. Necesitamos un despertar de conciencia. Necesitamos un corazón sensible. Los cristianos tenemos que llenarnos de Dios, para hablar a nuestros hijos y a todos, para así alejarlos de la esclavitud que los llevará a alejarse más y más de la verdadera libertad que es Cristo.
Debemos de pedir a Dios nos haga verdaderamente libres, y que nos ayude a ser ejemplos de esa libertad.
Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán a ti. Salmo 51:13
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