El ataque de pánico es una enfermedad por la cual la víctima siente un estallido repentino de miedo, infundado sin razón aparente.
La persona que sufre episodios de pánico se siente súbitamente aterrorizada sin una razón evidente para sí misma o para los demás. Durante el ataque de pánico se producen síntomas físicos muy intensos: taquicardia, dificultad para respirar, hiperventilación pulmonar, temblores o mareos, miedo de salir de la casa. Los ataques de pánico pueden ocurrir en cualquier momento o lugar sin previo aviso. Durante un ataque de pánico o crisis de angustia se presenta al individuo una súbita aparición de un nivel elevado de ansiedad y excitación fisiológica sin causa aparente. La aparición de estos episodios de miedo intenso es generalmente abrupta y suele no tener un claro desencadenante. Los ataques de pánico se manifiestan como episodios que irrumpen abrupta e inesperadamente sin causa aparente y se acompañan de síntomas asociados al miedo, tales como hipertensión arterial súbita, taquicardia, dificultad respiratoria (disnea), mareos e inestabilidad, sudoración, vómitos o náuseas, síntomas todos ellos coherentes con el miedo que los provoca. Generalmente acompaña a la crisis una extrañeza del yo junto a una percepción de irrealidad y de no reconocimiento del entorno.
Debemos descubrir el trasfondo de todo esto ya que en este tiempo tenemos más hermanos enfermos de depresión que nunca, con ataques constantes de pánico y dependiendo de estupefacientes. El porcentaje de mejoría es mínimo ya que muchos han dado lugar a los tratamientos que indica la medicina moderna. Para un cristiano, este tema puede ser muy peligroso si no se sabe tratar con la verdadera medicina que otorga la palabra de Dios, no nos olvidemos que siempre hay que esperar en la salud de Jehová. (Lam. 3:26 RV 1909) Muchas veces tratando de salir de un problema menor se puede enredar en algo mucho mayor. Satanás el diablo usa una de sus armas favoritas “el miedo” para encerrar a los hijos de Dios en un foso sin salida.
Muchas veces al tratar de corregir un mal que más bien tiene un carácter espiritual, ha llevado a muchos a la dependencia de prácticas que se oponen a la palabra de Dios, como drogas o ejercicios de meditación.
En el siglo XIX, los teósofos adoptaron la palabra «meditación» para referirse a las diversas prácticas de recogimiento interior o contemplación propias del hinduismo, budismo y otras religiones orientales, lo que se quiere lograr es un estado cuando la mente se disuelve y es libre de sus propios pensamientos para de esta forma tratar de dominar los miedos existentes, actualmente lo está aplicando la medicina psicosomática. Esta, describe como enfermedades más frecuentes las depresiones, los trastornos de la conducta alimentaria, las adicciones, el alcoholismo, el estrés y los trastornos de ansiedad, entre otras, según ellos describen que en la era tecnológica y de la superespecialización de la medicina, esta práctica puede desempeñar un papel imprescindible como integradora y comprensiva de ciertas enfermedades del ser humano, ocupando el lugar de antaño reservado a la religión. Estos aconsejan:
1. Los ejercicios de relajación
2. Los ejercicios de meditación
3. Los ejercicios de respiración
4. Elevar la autoestima
Aunque no podemos desestimar totalmente la meditación para tratar de ayudar a un paciente, esta debe ser estrictamente apegada al texto bíblico para que sea agradable delante de Dios Salmo 19:14; el peligro está en dejarse ayudar por aquellos que no tienen base cristiana y que quisieran con la psicología, psiquiatría y mezcolanzas de ideologías orientales tratar de curar este tipo de casos, o con la medicina actual que solo se inclina por las drogas, en fin se podría recurrir a cualquier cosa, el peligro está en alejar al hombre de la verdadera fe en Dios y privarle a este ver la luz de su salvación.
Para encaminar todo esto, como hijos de Dios, debemos comenzar aplicando la fe en Dios hasta ver la provisión de sanidad, ya que muchas veces al ser debilitada la fe, se recurre a prácticas que impedirán que Dios se manifieste. Confiar en las promesas divinas: Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? Salmo 27:1; No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia. Isaías 41:10; Busqué a Jehová, y él me oyó, Y me libró de todos mis temores. Salmo 34:4
El ataque del adversario será en la mente, no hay que descuidarse y si vienen estos espíritus a atormentar, hay que orar, solicitar qué alguien ore por el que está siendo atormentado de inmediato, alejarse de todo aquello que está alimentando la imaginación con las semillas de horror, alabar a Dios, cantar, recurrir a la sangre de Jesucristo.
Dice la palabra de Dios: Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Efesios 6:12 Pero no debemos de temer ya que la promesa divina no falta. Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Salmo 23:4
Nunca de dejaré, nunca te desampararé. Dice el Dios todopoderoso.
Pastor DF