Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz
fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Isaías 53:5
Hace años vivían en una ciudad oriental dos hermanos. El más joven llevaba una vida licenciosa y libertina. Por el contrario, el hermano mayor era prudente, amaba a Dios y su comportamiento era ejemplo de vida cristiana.
EN SITUACIÓN DESESPERADA
Una madruga mientras esperaba orando por su hermano pecador, el mayor de los hermanos sintió gol-pes en la puerta. Se quedó sorprendido al abrirla y ver a su joven hermano con el rostro pálido y tembloroso, y con las ropas desordenadas y manchadas de sangre, quien le rogaba desesperadamente: « ¡Ayúdame, escóndeme! Me persiguen porque he matado a un hombre. Mira su sangre en mis ropas.» Ante la mirada implorante y desesperada de su pecador hermano se llenó su corazón de misericordia y prevaleció el amor. Rápidamente cambió sus ropas por las del homicida y lo escondió. Instantes después nuevos golpes en la puerta. Esta vez eran los policías, que se abalanzaron sobre él, al tiempo que le gritaban: «No trates de escapar. Todas las huellas nos condujeron a esta casa. Además tus ropas manchadas de sangre hablan por sí solas, por lo tanto, quedas detenido y acusado de homicidio.» El inculpado en ningún momento dijo palabra alguna. El silencio fue su única respuesta. Inmediatamente lo maniataron llevándoselo al calabozo. A la mañana siguiente fue conducido ante el Juez, declarando solamente: «Sé que por este crimen tengo que morir, y cuanto antes mejor»
CONDENADO A MUERTE
Días después se efectuó el juicio. Declararon los policías y se mostró la ropa manchada de sangre que vestía el acusado cuando fue detenido. A éste se le preguntó si tenía algo que declarar en su defensa. «No», respondió firmemente mientras bajaba su cabeza para evitar que su inocente mirada lo traicionara. Ante las irrefutables pruebas aportadas el Juez no vaciló en aplicar la Ley y el noble hermano fue sentenciado a muerte. La noche antes de su ejecución el condenado solicitó la presencia del director de la prisión, al que le pidió le concediera un último deseo que era escribir su última carta, y que ésta fuere lacrada y sin abrir, se le entregare al destinatario después de su muerte. El condenado le aseguró al director que dicha carta no encerraba nada malo, y que como él al día siguiente estaría ante Dios dando cuenta de su vida, él no mentía en aquellos momentos. El director observando detenida-mente el rostro del condenado, que irradiaba tranquilidad interna y profunda paz, y en cuyos ojos resplandecía un sereno y celestial fulgor, no se atrevió a dudar de sus palabras y accedió a su petición. Entrada la noche recogió el guardián de la celda el sobre lacrado del condenado, quien quedó entonces satisfecho, pues había terminado la carrera victoriosa-mente y sólo esperaba la corona de ganador de manos de Jesucristo.
EL SOBRE LACRADO
Despuntaba la mañana cuando el reo fue conducido al patíbulo. Después de su muerte un mensajero fue enviado con el sobre lacrado al destinatario indicado, quien sorprendido mostró un rostro pálido y atormentado al recibirlo. Lo miró fijamente sin comprender su significado, por fin rasgó el sobre. Mientras leía se entremezclaban las lágrimas y los gemidos, pues allí delante de sus ojos estaban las palabras de su inocente hermano que le decía: «Mañana te substituiré y vistiendo tu ropa, moriré por ti. A partir de entonces – acordándote de mí –usarás mis ropas y llevarás una vida justa y santa». El criminal se sintió destruido y moralmente sin fuerzas, pues su conciencia no podía con el insoportable peso de las consecuencias de sus culpas. En su desesperación corrió hacia la prisión con la esperanza de salvar a su hermano. Allí solicitó hablar urgentemente con el director. Al mostrarle la carta no se le borraban de sus ojos las palabras de su hermano: «Moriré por ti.» El director quedó profundamente consternado al leerla carta. En su mente revivió la con-versación sostenida con el reo la noche anterior, su sosegada actitud y su solicitud.
LA CULPA ESTÁ EXPIADA
Ante tal situación el director hizo llegar la carta al juez que dictó la sentencia de muerte, quien conoció por boca del verdadero culpable todos los detalles de su vida pecadora, el asesinato, su fuga y su cobarde silencio que condujo a su hermano al patíbulo. Atormentado por su conciencia el infeliz pecador gritaba desconsoladamente: « ¡Mátenme! ¡Pido que me maten!» Sin embargo, su tardío arrepentimiento no podía invalidar las palabras de su hermano que le martillaban la mente y le oprimían el corazón: El magistrado contempló largamente al verdadero culpable y muy conmovido declaró: «La sentencia ha sido ya dictada. La culpa ha sido ya expiada, por lo tanto, no hay nada que hacer. Usted está libre»
EL CAMBIO DE VIDA
Con el corazón contrito regresó el absuelto criminal a su casa, donde dio rienda suelta a su atormentada conciencia, clamando a lágrima viva a Dios: «Señor, yo soy culpable y me siento infinitamente avergonzado de mi vida pasada. ¡Ayúdame, por favor! Yo no merezco vivir, sin embargo, como mi hermano murió por mí para que yo pudiere vivir hoy, yo quiero comenzar de nuevo. Tú sabes que él me dejó sus ropas, pero yo estoy totalmente desmoralizado para ser digno de llevarlas. ¡Señor y padre mío!, yo dependo sólo de ti para cambiar mi vida y protegerme de todos los pecados y manchas que me impiden llevar dignamente las ropas de mi hermano.» A medida que iba hablando sintió paz interior y comprendió entonces que su oración había sido atendida. La paz de Dios le inundó el alma y le dio confianza, alejándolo de la suspicacia, el engaño y la astucia. El amor sustituyó al odio, y la desconsideración se tornó en tolerancia para con el prójimo. Sus antiguos amigos fueron los primeros en notar los tremendos cambios que estaban ocurriendo en su comportamiento, pues él ya no se dejaba influir por ellos. Su alma se llenó de paz, gratitud y amor. Determinó a vivir una vida agradable a Dios como lo quería su hermano inmolado por él. Incluso llegó a decirles a sus amigos que como él usaba las ropas de su hermano, él nunca más iría con ellos a lugares donde su hermano nunca hubiera entrado. Algunos le dieron la espalda. Otros se sintieron atraídos y siguieron su ejemplo, convirtiéndose a Dios, experimentan-do la liberación, y recibiendo el perdón de culpas y pecados, así como paz interna y un profundo bienestar.
LA FUERZA DEL AMOR
Muchos años después murió el hermano menor y fue enterrado – según su deseo – con las ropas de su hermano mayor, las cuales se habían convertido en un símbolo del inmenso poder del amor que lo había cambiado completamente y le había dado un nuevo sentido a su vida.
TU DECISIÓN
La palabra de Dios nos dice: por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. Romanos 3:23; el Juez divino dicta sentencia y estamos condenados por nuestros pecados. Pero vino un Salvador que tomó nuestro lugar, ejecutándose la sentencia sobre su vida, Jesús sufrió nuestro castigo para darnos perdón.
Él vistió nuestras ropas pecaminosas y murió en nuestro lugar. ¿Qué harás tú por él?
Perlas Cristianas DF